La idea de que el espíritu del Ser Humano permanece vinculado al mundo una vez el cuerpo perece es común tanto en la religión como en la mitología. Es un concepto que se suele emplear para justificar la existencia de los denominados “fantasmas”, entes que no pueden abandonar nuestra realidad por causas diversas, y que se ha convertido no por casualidad en una de las piedras angulares del terror cinematográfico.
Nadie puede saber qué sucederá en el momento de nuestra muerte, pero existen cientos -si no miles- de teorías entre las que suele destacar una: si nuestra alma no cuenta con su particular ticket para acceder al más allá, es probable que haya dejado atrás alguna cuenta pendiente. O quizás haya sido elegida para desempeñar un papel especial en el destino de algún humano que todavía campa a sus anchas por el mundo de los vivos.
El caso de Ronan O’Connor es particularmente curioso, porque se encuentra en un punto intermedio entre estos dos conceptos. El protagonista de la última obra de Square Enix, desarrollada a medio camino entre los estudios SE Japan y Airtight Games, ve cómo su vida pasa literalmente ante sus ojos tras ser arrojado por la ventana de un segundo piso a manos de El Campanero, un asesino en serie que ha aterrorizado durante semanas al pueblo de Salem, Massachusetts. Tras el accidente despierta confuso para poco después encontrarse a sí mismo yaciente en el pavimento. Aterrorizado, tarda unos minutos en comprender que su cuerpo y su alma se han desdoblado. O’Connor se ha convertido en un fantasma y sólo descubriendo la identidad de su asesino podrá alcanzar el sueño eterno, una tarea que le obliga a comprender algunos conceptos sobre el nuevo mundo en el que habita.
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